OTROS HIJOS TONTOS

viernes, 6 de febrero de 2009

El misterio de la Fortuna - Cap Ii

Para hablar de mis hermanos, es necesario aclarar que tuve muchos, pero sólo conocí a 3: Juan Manuel, Miguélimo Rogelio y Santos Ismaeles.
Empecemos por el principio, como dicta el proverbio popular.
Juan Manuel fue el hermano mayor de los que conocí, por lo que siempre me fijé mucho en sus acciones, y fue el que siempre me cuidó tanto en el barrio como en la escuela.
Era un tipo alto, casi 1,90 de tez morena y rasgos extraños, ya que tenía los ojos rasgados, la nariz recta de tamaño y anchura envidiable, la quijada cuadrada y un cabello lacio y suave como si lo hubiera cuidado toda su vida.
Era una cara rara, mezcla de rasgos indígenas con la dureza estilizada de los europeos nórdicos, un tipo de un físico privilegiado.
La espalda tenía como un metro de ancho en la zona de los hombros pero se reducía a la mitad a medida que se acercaba a la cintura formando un triángula más exitoso con las mujeres que el de las Bermudas con los barcos y aviones.
Brazos delgados pero completamente marcados de músculos, resultado de largas tardes ganando el centavo en las obras de construcción y piernas largas y muy fornidas.
El físico privilegiado, la excelsa forma de caminar y el rostro misterioso, iluminado con los ojos color miel hacían que la ausencia de intelecto no fuera importante.
Pero tenía una pija así de grande.
Los amigos no le decían Juan Manuel, lo llamaban “Víctor”, porque lo que tenía de flaco lo tenía de pito, y con Juan Manuel no les rimaba. Unos poetas que serían envidiados en las más selectas reuniones del Rotary Club.
De chiquito Juan Manuel caminaba muy chueco, al principio pensaron que era un problema en la calcificación de sus huesos, porque nunca lograba enderezar sus piernas, hasta que mi madre lo llevó a la curandera del barrio y ésta le dijo “Mientras el pibe tenga la chota más grande que las piernas, no va a caminar derecho nunca”.
Obviamente que los términos médicos y coloquiales de doña Rasero no eran los aceptados por la Organización Mundial de la Salud, y que si la hubiera agarrado Favaloro le habría lavado la boca con Jabón azul Odex refregando con virulana hasta que quede en carne viva y después le habría tirado sal para que mantenga la boca ocupada en gritar y no hable más; pero los conceptos de doña Rasero nos sirvieron.
Así creció Juan Manuel, ganando concursos de meadas a distancia y ayudando en obras en construcción.
Hasta que llegó a los 18 años.
En la bailanta del barrio, Juan Manuel se ofreció como stripper haciendo uso y abuso del brazo de orangután que tenía entre las piernas, apostando a que con ese instrumento no sería necesario seguir la escuela secundaria, y mucho menos trabajar.
Obviamente que al bajarse los calzoncillos, la dueña de la bailanta (aclaro que era mujer para entender el por qué aceptó el número artístico propuesto por Juanma) dejó un charco en el piso que hasta el día de hoy está marcado en el piso de su oficina.
Mariela (como se hacía llamar) al descubrir los atributos de mi hermano emanó una catarata desde su boca, dejando caer saliva como si fuera un techo de lona roto en un día de lluvia torrencial, y su entrepierna se frunció y dejó caer un líquido de una manera tal que haría que las cañerías de las papeleras uruguayas que largan líquidos al Paraná, parecieron pistolitas de agua de las que se usan en carnaval.
El número era sencillo.
Mi hermano subía, se contorneaba un poco, se iba sacando la ropa, pelaba la foca de su entrepierna y la sacudía de tal manera que tiraba un viento que provocaba que los ventiladores del local se apagaran por la vergüenza que sentían.
Hacía gestos de tener sexo con el piso, se tiraba boca arriba y se amaba con la mano, es decir todo lo que puede hacer un desnudista.
El punto culminante era cuando se ponía de frente al público y giraba la cadera hacia ambos costados, haciendo que la botella de Coca de 3 litros que tenía como tercera pierna le golpeara en ambos laterales de las caderas, generando un ruido similar al que (me imagino) se habrá sentido cuando en EE.UU. azotaban esclavos negros bajo los rayos del sol.
Y eso puso fin a su carrera.
Una noche, una muchacha, hipnotizada por el movimiento, se dejó atraer hacia ese matafuegos color carne, y sufrió un impacto en el costado derecho de la cara, justo debajo de la línea de los ojos, provocado por el impulso que había tomado la quinta extremidad de mi hermano para ir a golpear contra la otra cadera, pero encontró a esta chica antes.
El golpe fue seco, y la caída también. Algunos aseguran haber visto desprenderse una mitad de la cara, otros sólo dicen que escucharon ruido a hueso roto, pero la verdad es que a Juan Manuel lo despidieron y publicaron su foto en un boletín de strippers prohibidos.
Hoy se gana la vida con un miniservice en Bolivia.

Próximamente las historias de los otros dos...

7 comentarios:

Tefilina dijo...

Brillante...

Me asombra la cantidad de apodos que lleva el miembro de tu hermano: foca, brazo de orangután, coca cola de 3 litros... pero el mejor (lejos) "matafuegos color carne".
Muy Luis Almirante Brown... me encantó.

bel! dijo...

Jajajaja, y ni siquiera en Bolivia pudo ejercer como streaper?
Qué bajón che!


Abraxo!

Intento de Reina dijo...

jajaja un lujo. Espero por más!

Sa.

Oligarca del Norte dijo...

Lei tus ultimos post, etan todos muy buenos. Desde ya estas incluido en los favoritos de mi blog.

Oli! dijo...

Ay por favor, no paré de reírme...
Pero tampoco la debe haber pasado bien...le debían huir algunas mujeres...

Pd: no entend lo de verificadora! jeje...

Onirica dijo...

Yo siempre dije que los strippers eranpeligrosos

Mr. Pergio dijo...

Menos mal que no llegó lejos, sino hubiera largado mis estudios universitarios para ir a sacudir el amigo por cuanto club para señoras calentonas haya...