Sol de alto Perú, rostro Bolivia, estaño y Soledad…
Estaba de la re nuca Isella.
La calle está llena de gente extraña, y algunos hasta son simpáticos. Este no es el caso de la persona de la que voy a hablar.
Era un tipo que solía vender en los colectivos.
Lo malo no es el hecho de vender en los colectivos, sino que este señor vendía colchones.
Como nunca tuvo plata para mandar a imprimir muestrarios o catálogos, se vió siempre obligado a andar de bondi en bondi con un colchón a cuestas.
Esta es la historia de Miguel “colchonero” Velásquez.
Cualquier familia pudiente, hubiera abandonado a un bebé como Miguel al nacer, y como tal, lo abandonaron.
De la calle lo recogieron unos vagabundos… y lo tiraron en la vereda, donde lo encontró una cartonera que buscaba comida en los cestos de basura, y al verlo sintió una sensación tremendamente regocijante.
Era hambre.
Justo cuando ya le había comido 2 dedos del pié derecho (hecho que le acarreó una renguera permanente), lo vio una mujer policía y lo salvó de la terrible mujer que luego se convertiría en Mabel “Caníbal” Dieguez (hablaremos de ella otro día).
Aquella mujer policía se convertiría en la madre putativa del desgraciado niño.
Lo llamó Miguel como el primer ladrón que la mujer había matado en una balacera, heredando el apellido de un vecino que cada tanto se la garchaba.
Lo de “Colchonero” se lo asignó un vendedor de diarios, que al verlo vender colchones le dijo…
- “Che, si a mi por vender diarios me dicen diariero, a vos por vender colchones te podemos decir colchonero”
- “Seguro que vos no sos pariente de Bill Gates, man?”
- “No se… nunca me lo pregunté…”
- “Deberías averiguar” – y se marchó a u casa.
Lo de los colchones nace un día en que pasó algo tan especial que merece narración aparte.
Se los cuento mañana porque mi jefe me está puteando
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